lunes, 22 de diciembre de 2008

Princesas modernas y el papá de Caperucita

No tengo ni idea de contar cuentos. Cuando algún niño/a me pide que les explique uno me enfrento a dos peligros:

· captar su atención más de dos minutos
· contar una historia que no reproduzca ciertos roles.

Al final siempre acabo explicando Caperucita Roja y Los tres cerditos y, como mucho, le pongo a los personajes los nombres de los chavales o me invento alguna historia de submarinos con sonido ambiente incorporado. Un día, seca de ideas, expliqué la historia del Che en versión infantil.

Lo que me sorprende una y otra vez es ver cómo los niños reproducen su realidad en los cuentos. Una vez, al acabar de explicar Caperucita Roja, un niño de 9 años que nunca ha conocido a su padre me preguntó por el papá de la protagonista:

- Mmmmmm, está trabajando-, le dije.
- ¿Y de qué trabaja?
- Mmmm… (silencio largo)... Es fontanero.
- ¿Y cómo es que nunca sale en el cuento ni está con Caperucita?
- (silencio aún más largo)... Porque trabaja en la ciudad, lejos del bosque – le respondí, sin saber qué más argumentar.

Hace unos días, una niña de 6 años me volvió a sorprender cuando, en la clase de refuerzo escolar, dibujó un castillo sin nada ni nadie alrededor:

- ¿Dónde está la princesa? - le pregunté (reproduciendo clichés, lo sé)
- Está comprando. Pero enseguida vuelve; trabaja en el castillo de cocinera.

Y es que las princesas también evolucionan. En muchos cuentos de la Edad Media las violaban para dar miedo a las niñas que escuchaban el cuento y en relatos no muy lejanos tenían un papel sumiso y con roles de género claramente marcados. Ahora la princesa trabaja, es independiente, y quizás dentro de poco incluso haya desaparecido su cargo real.

Moraleja: Si alguien conoce cuentos inclusivos y fáciles de recordar, que me lo diga, por favor. ¡Necesito reciclarme!

jueves, 11 de diciembre de 2008

¿Y tú qué lees?

Cuando empiezo un libro me gusta acabarlo aunque no me enganche, pero confieso que hay dos que se me atragantan: Los puentes de Madison y Las venas abiertas de América Latina. El primero lo empecé hace quince años pero no había llegado a la mitad cuando decidí que no podía más.

Las venas abiertas de América Latina, del gran Eduardo Galeano, lo he empezado a leer cuatro veces pero siempre me atasco en el capítulo de las minas del Potosí. La primera vez que fui a Ecuador me lo llevé en la mochila pensando que era el momento, pero no: en el Potosí lo volví a abandonar y un día al llegar a casa vi que se había convertido en pergamino después de caerse por el retrete y haberse secado al sol.

Un año más tarde, estando también en Ecuador, lo volví a intentar de nuevo pero me enganchó otro libro que me dejaron sobre la historia de dos chavales, los hermanos Restrepo, a los que la policía confundió con otros, los secuestró, los mató y los desapareció. La historia me indignó, y más aún cuando una amiga me advirtió que no sacara el libro a la calle porque era ilegal.

Estos días pienso en algunos de los libros que he leído y en lo que me han enseñado. La culpa la tiene mi amiga Aida, que hace dos meses nos pidió que le dijéramos nuestros tres libros preferidos para explicarlo en su blog y leerlos para conocernos mejor.

Me ha costado mucho decidirme pero al final mis tres recomendaciones son estas: Senderos de libertad, de Javier Moro; El Alquimista, de Paulo Coelho; y Cuatro Amigos, de David Trueba. Aunque hay más: La mujer habitada (Gioconda Belli), Momo (Michael Ende), Espejos (otra vez Galeano)...

Y los que me acabo de leer o estoy en ello: Cuidadores de Mundos (Ander Izagirre), Sin noticias de Gurb (Eduardo Mendoza) y La guerra del fútbol (Kapuscinski).

Gracias, Aida!